martes, 26 de marzo de 2019

¿Por qué algunos experimentos psicológicos no se pueden replicar?



¿Por qué algunos experimentos psicológicos no se pueden replicar?
LUNES 25 MARZO , 2019
Creado por: Graciela Cuevas
La psicología está pasando por una crisis de replicación. Esto porque los resultados de muchos experimentos que se hicieron en el pasado no se puede o es difícil reproducirlos.
Una de las razones por la que pasa esto es porque muchas investigaciones son fraudulentas o que los investigadores influyeron de forma directa o indirecta en estas.
En el programa de La Receta Médica de este lunes, los psicólogos Eladio Hernández y Domingo Carrasco, así como el psiquiatra Héctor Guerrero Heredia, detallaron tres estudios psicológicos que se consideran fraudulentos.
“Algunos investigadores, con el afán humano de entrar a la historia, pueden falsear algunos contenidos y experimentos que se dan en la realidad”, expresó Hernández, expresidente del Colegio Dominicano de Psicólogos (Codopsi).
Experimento de Milgram
Este tiene que ver con la obediencia y fue realizado por Stanley Milgram, psicólogo de Yale. ¿En qué consistió? Se buscó a dos grupos de estudiantes. Los integrantes de un grupo debían memorizar unas palabras y si se equivocaban, recibían una descarga eléctrica por parte de los miembros del otro grupo.
Lo curioso de este experimento es que quienes daban las descargas eléctricas, que llegaron hasta los 450 voltios, eran quienes estaban siendo estudiados, puesto que se les advirtió que si daban una descarga mayor a los 120, podría matar a la persona, y aún así lo hicieron.
Otro dato del estudio es que la máquina realmente no emitía voltaje y que los gritos de dolor eran grabaciones.
El experimento de Milgram llegó a la conclusión de que las personas están dispuestas a dañar a otra en vez de enfrentarse a la persona que le dio la orden de hacerlo.
El psicólogo Domingo Carrasco precisó que en este estudio se quería encontrar algo que ya la habían pensado. Citó que una de las críticas que se hace es que la psicología es una ciencia extravagantemente autobiográfica.
La cárcel de Stanford
Otro experimento es la cárcel de Stanford en 1971, realizado por Philip Zimbardo. Se buscó varios estudiantes, que fueron divididos en dos grupos: uno que juegue el rol de guardias en una cárcel y el otro de prisioneros.
El psicólogo buscaba probar si una persona que es buena cambiaría su conducta según el entorno. El resultado fue tal, que el estudio terminó antes del tiempo previsto ya que los que jugaban el rol de guardias asumieron conductas tan abusivas que se consideraron sádicas en contra de los prisioneros.
Unos de los cuestionamientos que se le hizo al estudio, fue que Zimbardo influyó en él, puesto que jugó el de superintendente de la cárcel ficticia y desde esa posición habría incitado a quienes jugaban el papel de guardias de que si hicieran daño a los prisioneros.
Domingo Carrasco precisó que esa investigación se forzó a que concluyeran que el ser humano es malo de forma innata. Añadió que el experimento tampoco ha podido ser replicado.
“Estamos formando psicólogos con todas esas falsedades”, expresó. Esto porque los libros de psicologías están llenos de conclusiones basadas en esos experimentos.
La cueva de los ladrones
Este experimento fue hecho por  Muzafer Sherif y Carolyn Sherif. Se buscó un grupo de adolescentes que luego se dividió en dos grupos. En este experimento se pretendía lograr la enemistad de los grupos.
La enemistad se buscaría a través de un juego de pelota donde el árbitro favorecería a un grupo sin importar qué.
Muzafer Sherif  luego iba a provocar una situación de emergencia para que los grupos sean amigos otra vez. Pero esto no sucedió, puesto que el grupo que siempre estuvo afectado por las decisiones de los árbitros tomó la decisión de descargar su ira en el árbitro y no con el otro grupo.
Como esto no pasó, Sherif  escribió un informe falso de lo sucedido puesto que la fundación Rockefeller le dio 250 mil dólares para que realizara el experimento.

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lunes, 18 de marzo de 2019

CEREBROS HUMANOS, RAZAS HUMAS



J. R. Albaine Pons

Una muestra de que los humanos seguimos evolucionando resulta del estudio de dos poblaciones que viven en elevadas altitudes del planeta. Los tibetanos, del Himalaya, muestran una sangre con mayor capacidad de transportar oxígeno que los demás humanos y los indios Aymara de los Andes, en Bolivia, muestran un corazón más fuerte. Dos soluciones biológicas distintas a un mismo problema ecológico, aire más fino y con menor concentración de oxígeno.
¿Qué no serían las variaciones de genes activos en nuestro cerebro, que aún hoy día nadie se atreve a investigar?
Desde que las Naciones Unidas, un ente político, impulsada y avergonzada por las declaraciones y acciones de Primo Levi, escritor italiano, de etnia judía, y uno de los 20 sobrevivientes del campo de concentración alemán de Auschwitz, liberado por el ejército Rojo soviético, y por ende superviviente del Holocausto realizado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial del pasado siglo, oficializó que las razas humanas no existían, que eran un constructo cultural, ahí no había ciencia, ni genética, solo política y si se quiere, mucho humanismo y mucha vergüenza ajena, las razas humanas se volvieron tabú para la ciencia.
En zoología, raza es un grupo de individuos con parecidas características físicas y conductuales, o sea poblaciones genéticamente distintas dentro de una misma especie, aunque común en el habla, no está, por supuesto, en el código formal de nomenclatura oficial, y solo se usa en animales domésticos.
Pero, ¿el ser humano? El único mono doméstico, y que a diferencia de los demás animales y vegetales domésticos, prolíficos en razas ¿no presenta razas? Lo dudo mucho.
El futuro dirá. Ninguna ideología ha detenido por mucho tiempo el avance de las ciencias y el Lisenkoismo de las Naciones Unidas con respecto al Homo sapiens (se escribe así, con H mayúscula y s minúscula), no será la excepción.
Ojo, razas humanas no significa una mejor que otra, sino cada una mejor adaptada al ambiente en que apareció y le tocó y le sigue tocando vivir.
Por supuesto, a los psicólogos evolucionistas y neurocientíficos evolucionistas los atacan por muchos lados, tanto de mala fe, como de buena fe. De buena fe lo hace el filósofo latinoamericano Dr. Mario Bunge, cuando declara a la primera una pseudociencia, porque sus análisis se basan en que el ser humano moderno que junto con el habla se adaptó a una vida de sabana hace cien mil años y así funciona su cerebro, no ha seguido evolucionando. Esto último no lo dicen los psicólogos evolucionistas, lo dice Bunge.
La psicología evolucionista parte de la premisa de que gran parte de nuestro cerebro evolucionó hace cien mil años en la sabana africana y desarrollo ahí el lenguaje y el habla y si bien tiene que haber cambiado y evolucionado en todo ese tiempo, sus procesos básicos son los mismos que entonces. No parece una mala idea ni tampoco una falsa premisa, como lo muestran muchos resultados de sus investigaciones y muchos datos de la paleogenética moderna.
Un reciente estudio publicado en “Current Anthropology” sobre 60 culturas, analizando más de 600 fuentes bibliográficas, sobre conductas dependientes básicamente de las zonas más antiguas de nuestros cerebros identificó 7 reglas morales que parecen cumplirse universalmente: ayudar a la familia, ayudar al grupo, devolver favores, ser valientes, respeto a superiores, dividir justamente recursos y respetar propiedades ajenas. Un buen apoyo a la psicología evolutiva, pero que también nos dice que las adaptaciones a nuevas ecologías debieron ocurrir en funciones de las consideradas ejecutadas por las áreas más nuevas de nuestro cerebro, evolutivamente hablando.
Claro que todo el que conoce los procesos evolutivos afirma que estos son constantes en todos los seres vivos y la adaptación a la vida en elevados territorios así lo demuestra en humanos, como antes se sabía de muchos otros organismos.
Llegará el día que veremos los genes característicos de los individuos de una raza humana, que si bien casi en todos los humanos aparecen trazas de genes de otras razas (habrá que ver en mongoles, esquimales e indígenas brasileños si lo presentan, tras vivir aislados desde hace milenios) es casi seguro que aparecerán las variaciones que hacen a unos distintos de otros para ciertas cosas, ¡y quizás no!, pero hasta que no se realicen esos estudios, no sabremos.
Ya las investigaciones biomédicas se involucran poco a poco y cada vez más en esta ruta. Se estudió el fenómeno de por qué un 70% de los fumadores de raza negra jóvenes preferían fumar cigarrillos mentolados, algo que solo hace alrededor del 10% de la población estadounidense. Se encontró una variante de un gen, productor de una proteína que en presencia del mentol permite mayor fluidez en las mucosidades pulmonares, variante no encontrada en ninguno de los controles de raza blanca.
Se reportan medicamentos que actúan distintamente o con distinta potencia en varones   y hembras, así como entre asiáticos, negros y blancos estadounidenses. Además, ciertas enfermedades son más abundantes entre personas de ciertas razas y la intolerancia a la lactosa, por ejemplo, ha sido ya un fenómeno ampliamente estudiado.
Los problemas de las ciencias son como los de las democracias, los últimos se resuelven con mas democracia y los primeros, con más ciencia. El tiempo dirá.
Aunque me parece que no estudiar científicamente algo, por acuerdos políticos, nos lleve a parte alguna, como de hecho ha sido el caso de las razas humanas.