martes, 29 de diciembre de 2009

Dos Culturas: a los 50 años

J.R. Albaine Pons

Hace algo más de medio siglo el fisiólogo inglés Alex Confort, más conocido en todo el mundo por su libro “The Joy of Sex” –primer “manual” moderno de juegos eróticos entre los sexos-, comentaba que existen dos maneras de aproximarse a la realidad, que en la cultura anglosajona se conocen como “La forma dura” y “La forma blanda”, para referirse a las ciencias y a las humanidades.

Hace 50 años, exactamente en el pasado mes de mayo, que el físico Charles Pierce Snow (1905-1980) presentó la conferencia anual Rede, en la Casa del Senado de la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Su título “Las dos culturas” y Snow se refería al abismo entre los “intelectuales literarios” y los “científicos naturales”. La conferencia fue publicada en junio y julio de 1959 en la revista Encounter y luego como libro.

El libro fue duramente atacado por la “crítica”, en especial humanistas y escritores, desde la capacidad (o incapacidad) de Snow de comunicar por escrito, hasta sus logros como científico estudioso de la física. El libro de Snow, de varias ediciones, la última que encontré de 1993, es anecdótico e informal. No es una presentación de una hipótesis y su posterior demostración. De lo más curioso es el relato de su señalamiento a escritores de cómo podían hablar de comprender la realidad, si no tenían ni idea de la II Ley de la Termodinámica.

Pero a pesar de muchos la obra perduró, y la frase “Dos Culturas” continua en uso, bajo el ataque, de vez en cuando, de funcionarios universitarios tercermundistas que suponen que sus comentarios, negando la aún actual existencia de esas culturas, los coloca por sobre ellas, sin haber sobresalido en realidad en ninguna, ni presentar una obra formal que justifique sus puestos, aparte de habilidades nada intelectuales, pero si exitosas en sus escalas sociales particulares.

Karl Popper, en su prefacio de la edición inglesa (1958) de su obra La Lógica de la Investigación Científica (Viena, 1935) expresa claramente “siempre que proponemos una solución a un problema deberíamos esforzarnos todo lo que pudiésemos por echar abajo nuestra solución, en lugar de defenderla” y es así como trabajan los científicos y exactamente lo opuesto como trabajan los humanistas, y de ahí gran parte del nacimiento de las dos culturas. ¡Una es crítica y la otra criticona!

Pero hoy más que nunca las Dos Culturas se observan desde sus orillas. Intentando evitar la sima algunos “intelectuales” franceses se hicieron “postmodernos”- incorporando a sus discursos palabras, ideas y teorías originadas en las ciencias y empleándolas como mejor les parecía, pues ni idea de lo que en realidad significan como instrumentos de trabajo científico. Por suerte, pasaron sin pena ni gloria y su daño fue mínimo. Aunque aquí, y tal vez imbuidos todavía de la idea de la ocupación haitiana de hace casi dos siglos de que “todo lo francés, es mejor” todavía citan con orgullo frases y sinsentidos de esos buenos franceses idos tan a tiempo.

Pero también desde el borde científico se habla de una ciencia “humanista”, por querer decir la preocupación ética, de lo que los “humanistas” y políticos pueden hacer con los resultados de la investigación científica (tirarle una bomba atómica a Japón, o estrellar aviones contra torres llenas de civiles, por ejemplo) o sobre los discursos políticos ambientalistas e ideas como el “calentamiento global” (hoy ya todo es “global”, aunque el 98% de la humanidad nace y muere en el mismo lugar) que sólo parece estar en agendas gubernamentales y modelos computacionales bajo supuestos imaginarios y a veces falseados, pero altamente emocionales.

Ningún ejemplo más notable en nuestro medio de estas dos culturas que el extravío entre genetistas e historiadores sobre el lugar de descanso de los restos de Cristóbal Colón; que los españoles quieren resolver utilizando la ciencia y los dominicanos aferrados a historias. ¡Es que para muchos el mundo, con todo y global, termina en el Malecón de Santo domingo!

Otro componente que tiende a cruzar la brecha entre ciencias y humanidades, y que parece tener más futuro que los antes mencionados es la búsqueda de la biología moderna por las raíces y aplicaciones de lo que pudiéramos llamar la esencia de las humanidades: el arte ( ya hay que leer The Art Instinct de D. Dutton, 2009), la política ( y ahí vamos desde El Gen Egoista de Dawkins, 1976, para explicar el altruismo, hasta el Cerebro Etico de M. Gazzaniga, 2005), la filosofía con los trabajos de neurofilosofía de Patricia Churchland y nuestro Mario Bunge ( Biofilosofía, 2000), hasta la Psicología Evolutiva, explicando y demostrando, a veces- no siempre-, no ya los cómo, sino los por qué de la conducta humana ( Buss, 2005) y finalmente la Teoría de la Evolución contemporánea, donde el método histórico se combina con los últimos descubrimientos y técnicas científicas para decirnos qué es lo que ha pasado y está pasando en realidad en este planeta, particularmente con los seres vivos.

La expresión “Dos Culturas” cumple ya 50 años. Nos seguimos debatiendo entre ellas. Pienso que en este siglo XXI se superará esa brecha, pero, vaya Ud. a saber, los humanos somos expertos en reproducir errores y justificarlos, per secula seculorum.

lunes, 27 de julio de 2009

La psicología evolucionista y Los Haitises

J. R. Albaine Pons

En los últimos diez años, lo que equivale a decir casi el primer decenio del siglo XXI, la Psicología Evolucionista ha dicho presente en el campo científico con un conjunto de hipótesis y una fuerza empírica rara vez observada en el desarrollo de una ciencia.

Su base se centra en que para mejor comprender al humano actual hay que buscar sus adaptaciones evolutivas; y presentan un cuadro muy simple, como lo expresa D. Hutton en The Art Instinct (2009): “desde Sócrates y Platón, los creadores de las ideas y la cultura occidental, han transcurrido 120 generaciones, desde el inicio de la agricultura y las primeras ciudades 380 generaciones y desde la aparición del género Homo y más tarde el Homo sapiens en el Pleistoceno 80 mil generaciones”. Si la evolución por selección natural es gradual, ocurre en individuos y se expande a los grupos en generaciones sucesivas, entonces nuestras mentes y cerebros son el resultado de las adaptaciones de nuestros antepasados durante los dos millones de años del Pleistoceno. Y es esa vida en esa época “la contribución a la naturaleza humana más relevante para comprender las formas de vida culturales, por ejemplo, gobierno, religión, lenguas, sistemas legales, intercambios económicos y la regularización del cortejo amoroso, la reproducción y el cuidado de los infantes”.

Y sobre esta base teórica los sicólogos evolucionistas han generado hipótesis cuyas predicciones lógicas han sido probadas una y otra vez empíricamente. Y uno de los asuntos a los que han dedicado sus esfuerzos es a cómo el ser humano resolvió el problema de buscar un lugar para vivir.

Para sólo citar el texto de David Buss (Evolutionary Psychology, 2008), “la selección natural ha marcado en nuestras mentes nuestras preferencias ambientales” y de ahí que un estudio tras otro, en las más disímiles culturas, muestran que los humanos preferimos a cualquier otro paisaje lo que nos recuerde la sabana africana: terreno de ligeras ondulaciones, con grupos de árboles, con agua, animales y gente.

Cuando Komar y Melamid en 1993 tomaron datos de 10 países y proclamaron que su estudio representaba el gusto y la preferencia artística de unos 2,000 millones de personas, con el resultado que la gran mayoría prefería ver y soñar un paisaje parecido a la sabana africana donde evolucionamos, la llamada “hipótesis de la sabana” de G. Orians (1986,1992) tomó más consistencia.

Si tenemos como “default” mecanismos mentales que prefieren sabanas, ríos, árboles, pequeñas elevaciones y animales como nuestros ideales de lugares para vivir, y los urbanistas de hoy día están afanosos recreando esos ideales en nuestras caóticas ciudades, es simple el comprender como la idea del ecologismo ha arrastrado tanto público en los últimos treinta años.

Ser ecologista o ambientalista -que no es lo mismo que ser ecólogo o un científico ambiental- es defender y apoyar las causas y movimientos que protegen la naturaleza y eso para nuestra mente es como una extensión de la propia naturaleza humana.

Los humanos tenemos miedo visceral e instintivo a las serpientes y a las arañas. Estos animales constituían grandes peligros para la supervivencia en el Pleistoceno; pero qué difícil es enseñar a nuestros hijos a que le teman a un toma-corriente, a un carro y su mezcla con alcohol o celulares y a un arma de fuego. Ud. le repite un millón de veces a sus hijos lo peligroso de esos artefactos modernos y es como hablar con sordos. Es que son peligros muy recientes en nuestra evolución para que se instalen fácilmente en nuestra mente.

Y aparece una fábrica de cemento - cemento, lo que nos deja hoy vivir mejor, pero que nos destruye el deseo idílico en nuestras mentes pleistocénicas- y estará muy cerca de Los Haitises - el ideal de todos los dominicanos, el pedacito todavía virgen, que se conserva, con sus ríos, sus guaraguaos y cotorras, sus árboles y sus mogotes como pequeñas lomas ondulantes por descubrir; lo que más se parece en nuestra isla al mecanismo “default” que tenemos todos los humanos del lugar ideal de vida, porque algo así permitió a nuestros ancestros sobrevivir y permitirnos hoy estar en el mundo.

Y el choque era más que predecible. Para los estudiosos de la Psicología Evolutiva no fue un asombro que una encuesta dijese que el 85% de los dominicanos no quieren esa fábrica en ese lugar.

Pero parece que el gobierno insiste. No sabe o no puede decirle que no a los inversionistas. Quizás algún estudio les haya dicho que esa zona muy económicamente deprimida (aún por los estándares dominicanos) necesita de inversión y de fuentes de trabajo. Pero la gente, que al final es lo que cuenta, ha dicho que no, que no les gusta eso ahí.

Y es que quizás, y por no saber conceptualizar los descubrimientos e hipótesis científicas de nuestros días, los asesores del gobierno no sepan que la visión del paraíso, con sus árboles, ríos y animales hizo más por el desarrollo de las tres grandes religiones occidentales que la visión de la sabiduría de Salomón o de la paciencia de Job. Es un asunto de la naturaleza humana, desarrollada y formada en nuestra única e irrepetible evolución.

sábado, 24 de enero de 2009

2009: el año de Darwin

J. R. Albaine Pons


Desde hace más de cinco años un grupo de biólogos y otros científicos vienen preparando la celebración del 2009 como el Año de Darwin. El 12 de febrero 2009 se cumplen 200 años delnacimiento de Charles Darwin y el 24 de noviembre 2009 los 150 años de la publicación de su comúnmente llamado El Origen de las Especies, texto que propone la teoría de la evoluciónpor selección natural como la explicación científica del discurrir de la vida en nuestro planeta.


Ya en el 2006, y antecediendo al año de celebración, se publicaron dos volúmenes por casaseditoriales distintas sobre las cuatro obras consideradas fundamentales de Darwin y el evolucionismo contemporáneo, editados por dos de los principales biólogos de la actualidad.


En realidad, la celebración del Año de Darwin ya se ha iniciado extraoficialmente con diversos artículos y comentarios. El 1ro.de julio de este año 2008, se celebraron 150 años de la presentación ante la Sociedad Linneana de Londres de tres cortos informes sobre la teoría de la evolución.


Ese 1ro. De julio de 1858, amigos de Darwin leyeron en una reunión normal de su sociedad científica dos cortas comunicaciones de Darwin junto a un manuscrito que A.R.Wallace enviara al propio Darwin para su conocimiento y evaluación. El trabajo de Wallace presentaba iguales argumentos y conclusiones que los de Darwin. Los tres artículos, apretadamente y en síntesis, presentaron la teoría de la evolución por selección natural. Pero, llamaron poco la atención; el presidente de la Sociedad Linneana de Londres, en su informe anual de 1858, expresaba que ese año no se había presentado ningún trabajo de alta significación en las ciencias naturales.


Alfred Russell Wallace (1823-1913) fue en verdad un hombre extraordinario y de variados intereses. Autodidacta, se convirtió en el principal biogeógrafo del siglo XIX. Recolectó plantas y animales en Brasil ( perdidos en un naufragio en su mayoría) y del Archipiélago Malayo, donde llegó a iguales conclusiones, de manera independiente, que Darwin luego de años de estudio y planteó que “ la vida de los animales salvajes es una lucha por la existencia y así, por la competencia y la supervivencia diferencial…tenemos progreso y divergencia continuas”.


Wallace se convirtió luego en uno de los mayores defensores de la selección natural como mecanismo evolutivo, aunque dedicó su vida a otros quehaceres, entre ellos, el estudio de fenómenos sobrenaturales, muy de moda a finales del siglo XIX.


Pero no fue sino hasta la aparición del Origen, un año después de la presentación de los informes ante la Sociedad Linneana, que los científicos y la sociedad culta inglesa y europea de la época pensó en evolución por selección natural y las consecuencias de este planteamiento. Aunque Darwin y todos los biólogos y evolucionistas posteriores han reconocido la correcta visión de Wallace, nadie habla de la teoría de la evolución de Darwin-Wallace, salvo en los textos de editoras orientadas y económicamente sostenidas por instituciones religiosas. No más comentarios al respecto.


Las ideas de Darwin y los evolucionistas, que han saltado desde las ciencias biológicas hasta otros ámbitos del saber, aún hoy son fuertemente atacadas y a propósito mal interpretadas. Muy especialmente en los Estados Unidos de América y, en cierto sentido, en Inglaterra y otros pocos países europeos.


Recientemente el semanario internacional estadounidense Newsweek llamaba la atención de que Darwin y Abraham Lincoln nacieron el mismo año, y en un artículo discutiendo cuál de los dos es hoy más importante, termina diciendo que Lincoln, por la clara significación que tiene este Presidente en ese país.


Y así, la Asociación de Sociedades Biológicas de EEUU ha variado lo que un grupo de sus miembros tenía años preparando; el 2009 no será en ese país El Año de Darwin, sino El Año de la Ciencia. Se celebrará a Darwin y sus ideas y trabajos junto con el hecho de que Abraham Lincoln estableció la actual Academia de Ciencias de ese país para las mismas fechas.


Creen los biólogos estadounidenses que así evitarán un de por sí estéril enfrentamiento con sus religiosos bíblicos y la derecha más recalcitrante de ese país.


En realidad cada cual tiene pleno derecho a celebrar lo que más le guste o convenga en cualquier época; para nosotros, el 2009 es el Año de Darwin; múltiples libros, artículos, ponencias, seminarios , presentaciones y cátedras especializadas se realizarán en el mundo y se están ya realizando a nombre de Charles Darwin.


La reciente exposición en el Royal Ontario Museum, en Cánada, titulada: Darwin: La Revolución Evolutiva, es un ejemplo de la celebración, ya en curso. Se presenta a Darwin como un investigador científico infatigable, un amoroso padre de familia y un caballero rural con una pasión renacentista por el conocimiento.”


Con una fuerte consciencia social, Charles Darwin esperaba que el conocimiento de la evolución eventualmente explicaría y hasta mejoraría la propia condición humana. Desde ya estamos celebrando el pensamiento de un naturalista que ofreció la base científica que hoy fundamenta las ciencias biológicas todas y que así, de hecho, ha permitido que estas ciencias hayan impactado y mejorado la vida humana como lo han hecho en la actualidad; que permite la comprensión de la relación de lo humano con el resto de lo vivo y que ofrece una visión de la naturaleza que, él mismo expresó, tiene grandeza; y claridad y consecuencias demostrables han agregado otros.


¡2009 es nuestro Año de Darwin!