lunes, 27 de julio de 2009

La psicología evolucionista y Los Haitises

J. R. Albaine Pons

En los últimos diez años, lo que equivale a decir casi el primer decenio del siglo XXI, la Psicología Evolucionista ha dicho presente en el campo científico con un conjunto de hipótesis y una fuerza empírica rara vez observada en el desarrollo de una ciencia.

Su base se centra en que para mejor comprender al humano actual hay que buscar sus adaptaciones evolutivas; y presentan un cuadro muy simple, como lo expresa D. Hutton en The Art Instinct (2009): “desde Sócrates y Platón, los creadores de las ideas y la cultura occidental, han transcurrido 120 generaciones, desde el inicio de la agricultura y las primeras ciudades 380 generaciones y desde la aparición del género Homo y más tarde el Homo sapiens en el Pleistoceno 80 mil generaciones”. Si la evolución por selección natural es gradual, ocurre en individuos y se expande a los grupos en generaciones sucesivas, entonces nuestras mentes y cerebros son el resultado de las adaptaciones de nuestros antepasados durante los dos millones de años del Pleistoceno. Y es esa vida en esa época “la contribución a la naturaleza humana más relevante para comprender las formas de vida culturales, por ejemplo, gobierno, religión, lenguas, sistemas legales, intercambios económicos y la regularización del cortejo amoroso, la reproducción y el cuidado de los infantes”.

Y sobre esta base teórica los sicólogos evolucionistas han generado hipótesis cuyas predicciones lógicas han sido probadas una y otra vez empíricamente. Y uno de los asuntos a los que han dedicado sus esfuerzos es a cómo el ser humano resolvió el problema de buscar un lugar para vivir.

Para sólo citar el texto de David Buss (Evolutionary Psychology, 2008), “la selección natural ha marcado en nuestras mentes nuestras preferencias ambientales” y de ahí que un estudio tras otro, en las más disímiles culturas, muestran que los humanos preferimos a cualquier otro paisaje lo que nos recuerde la sabana africana: terreno de ligeras ondulaciones, con grupos de árboles, con agua, animales y gente.

Cuando Komar y Melamid en 1993 tomaron datos de 10 países y proclamaron que su estudio representaba el gusto y la preferencia artística de unos 2,000 millones de personas, con el resultado que la gran mayoría prefería ver y soñar un paisaje parecido a la sabana africana donde evolucionamos, la llamada “hipótesis de la sabana” de G. Orians (1986,1992) tomó más consistencia.

Si tenemos como “default” mecanismos mentales que prefieren sabanas, ríos, árboles, pequeñas elevaciones y animales como nuestros ideales de lugares para vivir, y los urbanistas de hoy día están afanosos recreando esos ideales en nuestras caóticas ciudades, es simple el comprender como la idea del ecologismo ha arrastrado tanto público en los últimos treinta años.

Ser ecologista o ambientalista -que no es lo mismo que ser ecólogo o un científico ambiental- es defender y apoyar las causas y movimientos que protegen la naturaleza y eso para nuestra mente es como una extensión de la propia naturaleza humana.

Los humanos tenemos miedo visceral e instintivo a las serpientes y a las arañas. Estos animales constituían grandes peligros para la supervivencia en el Pleistoceno; pero qué difícil es enseñar a nuestros hijos a que le teman a un toma-corriente, a un carro y su mezcla con alcohol o celulares y a un arma de fuego. Ud. le repite un millón de veces a sus hijos lo peligroso de esos artefactos modernos y es como hablar con sordos. Es que son peligros muy recientes en nuestra evolución para que se instalen fácilmente en nuestra mente.

Y aparece una fábrica de cemento - cemento, lo que nos deja hoy vivir mejor, pero que nos destruye el deseo idílico en nuestras mentes pleistocénicas- y estará muy cerca de Los Haitises - el ideal de todos los dominicanos, el pedacito todavía virgen, que se conserva, con sus ríos, sus guaraguaos y cotorras, sus árboles y sus mogotes como pequeñas lomas ondulantes por descubrir; lo que más se parece en nuestra isla al mecanismo “default” que tenemos todos los humanos del lugar ideal de vida, porque algo así permitió a nuestros ancestros sobrevivir y permitirnos hoy estar en el mundo.

Y el choque era más que predecible. Para los estudiosos de la Psicología Evolutiva no fue un asombro que una encuesta dijese que el 85% de los dominicanos no quieren esa fábrica en ese lugar.

Pero parece que el gobierno insiste. No sabe o no puede decirle que no a los inversionistas. Quizás algún estudio les haya dicho que esa zona muy económicamente deprimida (aún por los estándares dominicanos) necesita de inversión y de fuentes de trabajo. Pero la gente, que al final es lo que cuenta, ha dicho que no, que no les gusta eso ahí.

Y es que quizás, y por no saber conceptualizar los descubrimientos e hipótesis científicas de nuestros días, los asesores del gobierno no sepan que la visión del paraíso, con sus árboles, ríos y animales hizo más por el desarrollo de las tres grandes religiones occidentales que la visión de la sabiduría de Salomón o de la paciencia de Job. Es un asunto de la naturaleza humana, desarrollada y formada en nuestra única e irrepetible evolución.